Originales, veganos… Complementos hechos a mano con cariño

No es más limpio el perro que no ensucia, sino el que no está en medio cuando limpias

¿Es tu perro de esos que se asustan con el ruido del aspirador? ¿O de los que ven en la fregona y la escoba a dos armas peligrosas? Si, ante la presencia de estos tres limpios enemigos, tu perro opta por quedarse muy quieto en su cama es posible que, sin saberlo, seas una persona con mucha suerte, porque si ya dedicar un día a la limpieza no suele resultar muy divertido, hacerlo bajo la estricta vigilancia de tu perro, te aseguro, no hace la tarea más fácil.

Me gusta ver mi casa limpia y ordenada, pero invertir un día libre en conseguirlo es algo que no me resulta inspirador. Prefiero dedicar ese tiempo a otras cosas más satisfactorias o, sencillamente, a descansar, pero no somos muchos los que podemos librarnos de las labores domésticas.

Casi desde el principio acudo a uno de mis mejores aliados, el aspirador. Cuando Lola ve que abro el armario donde lo guardo, parece decir “¡Comienza la fiesta!. Observa atentamente cómo lo saco y me acompaña, moviendo el rabo, hasta donde acostumbro a comenzar la labor, mi habitación. Una vez allí se convierte en una supervisora de primera línea. Se coloca siempre en el camino del aspirador o se sienta encima del cable, y sólo cuando el fuerte tirón parece indicarle que está “estorbando un poco” es cuando se mueve, muy perezosamente eso sí.

Barrer la terraza siempre resulta complicado cuando la perrita está de por medio. Porque es literal, se pone justo en medio. Con tanto espacio, ella decide que el punto más agradable para observarme es exactamente donde voy acumulando el polvo, primero lo huele muy bien, ensuciándose bastante la nariz y luego se sienta encima. Sólo se escucha el sonido del cepillo frotando el suelo y una frase que se repite una y otra vez “¡Quita, Lola, por favor!“.

Luego viene el momento de sacar las plantas de interior para limpiar el salón más fácilmente y, de paso, regarlas con comodidad. Voy llevando los maceteros uno a uno a la terraza mientras ella me acompaña, pero no a mi lado, ni detrás de mí, no… Delante, guiándome por un camino que me sé de memoria, pero despacio, muy despacio, como quien cuenta con todo el tiempo del mundo para aspirar, quitar el polvo, recoger, limpiar, fregar y, finalmente, recobrar el aliento.

Una vez que las he sacado todas, abro el grifo de la manguera para regarlas generosamente y Lola, como una planta más, se pone en medio de ellas, camina sobre el suelo mojado para luego entrar a casa con las patitas bien empapadas… ¡Es un encanto!

Pasar la fregona se parece un poco a lo del aspirador, con el ingrediente adicional de la satisfacción que siente Lola al pisar el suelo mojado, supongo que dirá “¡Ah, que gustito se siente caminar sobre esta superficie húmeda!

Creo que cuando limpio el baño es el único momento que no supervisa detenidamente, supongo que no se fía demasiado de ese cajón acristalado donde suelo meterme cual coche en autolavado… Aunque cada día se queda un ratito más.

Seguramente os preguntaréis si no sería más fácil encerrarla en una habitación mientras limpio… Sí, probablemente sería más fácil, pero no más divertido, porque aunque me queje y me ría por no llorar al verla siempre en mi camino, es más lo que me río a la vez que voy preguntándome “¿Qué será lo que le resulta a Lola tan divertido de verme limpiar? No lo entiendo“.

Al final del día, una buena ducha me devuelve la dignidad, pero no alivia el dolor que comienzo a sentir en todo el cuerpo. Lola termina agotada, no por el esfuerzo, sino porque se ha pasado el día de aquí para allá, detrás -o delante- de mis pasos, sin echar la siesta ni un minuto. Nos metemos a la cama, ella se queda profundamente dormida, yo la observo mientras en mi cabeza sigue sonando una frase “¿Qué será lo que le resulta a Lola tan divertido de verme limpiar? No lo entiendo“.

Fin